Empezamos a sufrir pérdidas y a tener que despedirnos desde el mismo momento en que nacemos, al salir al mundo y tener que decir adiós a ese mundo uterino tan confortable y calentito.
Y durante el resto de nuestra vida, tenemos que ir aprendiendo a sostener y elaborar esas tristezas, en los pequeños y en los grandes «adioses», todos los días.
Los pequeños duelos de todos los días: elegir, tomar decisiones, hacer unas cosas u otras, cambios de imagen, cambios fisiológicos, cambios de circunstancias, de colegio, de trabajo, de compañeros, de amigos, de rutinas, paso de una etapa vital a otra Son una manera de poder ir fortaleciendo los recursos de procesamiento de lo que emocionalmente nos suponen.
Los grandes duelos que todos hemos sufrido y/o sufriremos con toda certeza: muerte de algún ser querido, enfermedades que nos obligan a pérdidas de nuestras capacidades físicas o mentales, pérdida de amigos, paso de una etapa vital a otra, separaciones, divorcios, cambios de residencia o de país, pérdidas económicas o laborales, etc,. Todos ellos exigen de nosotros un proceso más elaborado y pausado, mayor capacidad de gestión y de regulación durante más tiempo.
Existen unas etapas comunes que implican una serie de mini procesos que hay que ir haciendo, pero cada persona, según cuál haya sido su pérdida y lo que haya supuesto para ella en el momento en el que ha sucedido, necesitará defenderse más o menos de ese dolor, e ir procesándolo a su ritmo.
Lo que sí sabemos con toda certeza, es que, si se evita durante mucho tiempo el impacto emocional negativo, o se mantiene la rabia que encubre a la tristeza, o bien se siente esa tristeza de manera constante y prolongada, el duelo se complica, el proceso se bloquea, y toda esa sintomatología acaba incapacitando la posibilidad en el día a día de un funcionamiento adaptativo.
Es en esos momentos, si no se ha tomado conciencia antes, cuando la ayuda profesional se hace imprescindible, si queremos poder volver a sentirnos bien y crecer y fortalecernos.
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